Días de Octubre...

Por que sabrás,
que un hombre al fin,conocerás por su vivir,
no hay por que hablar, ni que decir,
ni que llorar ni que fingir,
puedo seguir, hasta el final,a mi manera.
La noche del 24 de octubre, para amanecer el 25, dormí bastante inquieto. Me desperté con el plan trazado en mi mente de lo que sería mi día; al mismo tiempo, ya tenía trazado lo que sería mi estancia en Canadá: juntar dinero, moverme en noviembre a Van Couver, instalarme, conseguir trabajo y esperar a que en el mes de enero llegara mi amigo Sergio Camacho, con quien originalmente había hecho el plan de irnos a Canadá. Ese 25 todo pintaba normal, con la pequeña diferencia que mi papá se moriría en la noche.

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Ese 25 era un día totalmente soleado en Canadá, raro ver días como ese; me fui a trabajar a una cuadra de mi casa con unos árabes con los que llevaba trabajando dos semanas, el trabajo de ese día era acomodar unas piedras a lo largo de un Jardín, estuve ahí casi toda la mañana sentado en un cerro de piedras, aventándolas hacia los lados, ese fue todo el trabajo durante todo el día. Llegaron las 6 de la tarde y Mohamed (el jefe) pasó por nosotros, nos dirigimos hacia el centro, yo no tenía ruta alguna, como era miércoles pensaba ir a comer alitas a algún pub ya que todos los miércoles costaban 25 centavos, pero como ellos iban cerca del West Edmonton Mall, mejor decidí ir a patinar en hielo a ese centro comercial, en mes y medio de estar en Canadá nunca lo había hecho y ese día tenía el tiempo necesario, así que me dejaron en una parada de autobús y de ahí me fui.

Eran aproximadamente las 7 pm, patiné cerca de 50 minutos, calculaba el tiempo necesario para tomar el camión de regreso a la casa de Adam, el camión pasaba a las 8 pm y todavía tenía que tomar dos camiones más, el tiempo se me pasó y el camión de las 8 pm me dejó así que tenía que esperar 30 minutos más para tomar el de las 8:30 pm, así que hice tiempo recorriendo el que algún día fue el centro comercial más grande del mundo, llegué perfectamente a la parada a las 8:25 pm para tomar el camión, la misma rutina de siempre, el camión arribaba de manera puntual, subía y bajaba gente y arrancaba a su siguiente estación.

Abordé el autobús, enseñé mi pase que un día una iraquí me había hecho favor de comprarlo en la universidad donde ella estudiaba, lógicamente más económico; desde que tenía el pase, nunca me habían cuestionado si era realmente estudiante hasta ese día, el chofer me lo preguntó y yo quitado de la pena le dije que si lo era .

No habían pasado ni 10 minutos cuando recibí una llamada a mi celular, era Curro mi hermano, lo primero que pensé al escuchar su voz fue que me hablaba para ver cómo me la había pasado en mi cumpleaños, el cual había sido un día antes, en fracción de segundos pensé eso; un día antes había hablado con él pero de manera muy rápida donde me felicito y nada más sin entrar en detalles. Escucho su voz y me pregunta como estoy, y enseguida me dice – oye necesito que me hagas un favor – empiezo a escuchar que su voz se quiebra y continua – necesito que regreses a México porque mi papá se puso malito – recuerdo perfectamente la palabra malito, aunque tiempo después recordado el momento, él me dice que no se acuerda haberme dicho eso. En ese momento me pare de mi asiento como un resorte - malito cómo - pregunté – pues malito – contestó; yo caminaba por todo el camión, iba y venía y le pregunté si mi papá estaba vivo, Curro me dice que sí, que estaban esperando, me dijo que Adam ya tiene mi boleto de regreso, pues ya habían arreglado todo y pues en menos de lo que pensaba ya estaba todo listo para regresar a México. Antes de colgar nada más recuerdo que le dije que lo quería mucho. Colgué y me solté a llorar, a berrear, y con una botella de agua que ya estaba casi vacía me daba de golpes en la cabeza, caminaba por todo el camión y la gente se me quedaba viendo, el chofer al hacer una parada se voltea y me pregunta si estoy bien, le digo que sí. Al llegar al South Gate, corro a buscar a una conocida mexicana que había hecho días antes y que trabajaba en ese centro comercial, la busque porque en la zona de taxis, estaban los taxis pero no los taxistas y necesitaba ayuda, no la encontré, volví a salir al estacionamiento y tomé el primer taxi que pasó, el taxista era un hindú que al verme llorar de tal manera me preguntó si traía dinero para pagar, pinche güey no se que se habrá imaginado, y bueno, la verdad no traía dinero en efectivo, tuve que hacer uso del primer mundo y pagar el taxi con tarjeta, 15 dólares costó el servicio.

Entro a mi casa y me encuentro a Adam y a Often sentados en la barra de la cocina esperándome, Adam me abrazó y Often estaba llorando, subí, hice mi maleta y ya estaba listo para regresar a México, Adam se encargó de conseguir un vuelo de regreso, el viaje fue igual que como llegué – Edmonton – Toronto, Toronto – México, el viaje más largo de mi vida, lagrimas faltaban para seguir llorando, lo peor del viaje fue la espera en Toronto de tres horas para tomar el avión a México. Quisiera saber cuánto camine en un pasillo de aproximadamente 15 metros en ir y venir. Demasiado el estrés.

En Toronto hablé con mi hermana Anabel, eran como las 7 de la mañana ya del 26 de Octubre, me dijo que ella iría por mí al Aeropuerto de la Ciudad de México. En ese vuelo de Toronto a México el avión venía repleto de Mexicanos, gente que se va a trabajar 8 meses a Canadá a cosechar jitomate, les pagan cerca 10 dólares la hora de trabajo y trabajan 8 horas diarias, todos con permiso para trabajar que les tramitan desde México, tal parecía que el único mojado en el avión era yo.

Fueron otras 5 horas de Toronto a México de no poder dormir, de tratar de tranquilizarme y de volver a llorar, la gente me vía raro, no es raro ver llorar a alguien así como de la nada, al ir llegando a México sentía paz, quería ver a alguien, faltaba todavía pasar migración, recoger el equipaje y pasar el semáforo de inspección de la aduana. Desde antes de pasar la puerta corrediza alcancé a ver a mi hermana Anabel y a Thomas que estaban en el barandal del Freedom del aeropuerto de la ciudad de México, con solo verlos a lo lejos el pecho me quería explotar, faltaba que me hicieran “oficial” lo que yo ya realmente sabía.

Pase la puerta y ansiaba ese abrazo que me di con Anabel – Se nos fue mi papá, se nos fue mi papá – me dijo, desde que Curro me habló por teléfono una noche antes para avisarme que mi papá se había puesto malo, me imaginaba que ya había muerto, me imaginaba que me estaban amortiguando la noticia, pero todavía pensaba que a la mejor mi papá seguía vivo y que todavía iba a poder encontrarlo con vida, te imaginas muchas cosas y lagrimas te faltan.

Eran ya las dos de la tarde cuando ya veníamos de regreso de México hacia Querétaro, en el trayecto hable con Curro y con mi mamá, ya estaba con mi gente y las penas con tu gente se amortiguan, cargarlas a 20,000 pies de altura y solo, no se lo deseo a nadie.

La funeraria.

No hubo tiempo de nada, más que de bajarme del avión, hacer los trámites necesario, viajar a Querétaro e ir a la funeraria, nada de tomar un baño, yo traía unas greñas espantosas, venía mugroso de trabajar en la tierra un día antes, de mezclilla, sin dormir, y bueno, la muerte hay que enfrentarla así, sin tanto protocolo, la verdad no me gusta el protocolo del luto, así que eso era lo menos importante. Llegué a Funerales Modernos, los que están en la colonia estrella, en ese momento solo te empiezan a dar abrazos, todos te abrazan y te hacen sentir bien, hay quienes lloran contigo, te dicen lo siento, a lo mejor uno dice por dentro “si lo sientes pero no lo estás sintiendo como yo”, la gente que te quiere lo siente por ti, es el momento del shock, de congelarte en el tiempo, de caminar 20 metros abrazando a los amigos, a los tíos, a los primos hasta llegar a ver a tu papá, con el que 2 días antes platicabas por Internet y que ya no volverás a ver.

Lo recuerdo perfectamente, acostado en el ataúd, con su barba blanca perfectamente arreglada, con una breve sonrisa, con su cara de lado, muy a su estilo, siendo sarcástico hasta en el día de su muerte, perfectamente arreglado con un traje azul, del cual hay un breve historia: dos día antes, mi mamá le había puesto ese traje para que se fuera a trabajar, mi papá le dijo que ese no, porque ese se lo iba a poner el jueves, y fue con ese traje azul con el que se despidió de nosotros ese jueves 26. El 27 de octubre mi sobrino Rodrigo cumplía 2 años de edad, mi papá estaba ideando la forma como disfrazarse de Superman, le había dicho a mi mamá que tenía que idearse una camisa, la cual rompería de la espalda y en la fiesta de mi sobrino llegaría haciendo acto de presencia arrancándose esa camisa convirtiendose en ese momento en Superman; el día que mi papá se murió, mi mamá les dijo a los de la funeraria que ella arreglaría el cuerpo de mi papá, lógicamente ahí le ayudaron, un señor de la funeraria, le pidió permiso a mi mamá para cortar la camisa por detrás para no sé qué carajos, por si el cuerpo se inflaba o para darle mayor movilidad, también cortaron el saco, pero digamos que era tal y como mi papá quería rasgar su camisa para convertirse en Superman para mi sobrino Rodrigo; todo te viene a la mente, todo lo relacionas, la gente se muere y recuerdas todo en un segundo.
Pasaron 19 horas de la llamada que recibí de Curro hasta llegar a la funeraria, 19 horas eternas, fueron aproximadamente 10 minutos de la puerta de la funeraria donde abrazas y abrazas gente hasta entrar a la capilla donde estaba el cuerpo de mi papá, 10 minutos que recuerdo entre sueños, como si los hubiera caminado dormido.

En la capilla ya estábamos los 7: mi mamá, Anabel, Thomas, Curro, Lulú, mi papá y yo; recuerdo la cara de mi papá, como de burla, con esa personalidad que siempre lo caracterizó. La gente seguía llegando, siempre te encuentras caras lejanas y el protocolo es el mismo, nos da mucho miedo esto, deberíamos estar más acostumbrados a la muerte, todos vamos a morir algún día eso está claro, pero también todos algún día vamos a sufrir la pérdida de alguien querido, y eso da miedo; pero esto, el roll de la muerte, es una parte intensa pero breve de un largo guión que nos toca actuar en nuestra vida. En conjunto, habrá de todo, la alegría de que nacemos, la alegría de ver nacer a otros, cada una de las etapas que vivimos, amigos que llegarán, gente con la que seremos testigos de nuestros instantes, llegarán grande amores y desamores, risas y llantos, éxitos y fracaso y en cualquier etapa de nuestro andar por la vida, tendremos que vivir el protocolo de la muerte, así nada más ¡pum! esto es parte del guión.

La misa de cuerpo presente.

Horas después se viene la misa de cuerpo presente, se viene un difícil rito, la misa es como el cruce de la frontera, es como decir “a cabrón, sí es cierto que se murió tu papá”, es muy dolorosa, me acuerdo perfectamente que metimos el ataúd de mi papá por un pasillo al momento de empezar la misa haciendo una especie de ritual con música, me imaginaba que Muñoz Lámbarri partía plaza. Mi papá era amante de los toros, minutos antes de morir esa tarde noche del 25 de octubre, camino al hospital les dijo a mi mamá, a Curro mi hermano y mi primo Salvador en tono de broma pero en serio que “la cornada era grave, que eran dos trayectorias, que hicieran lo que humanamente fuera posible y que lo demás lo dejaran en manos de Dios” parafraseando al torero Paquirri que murió en 1984. Ya en la misa, al entrar por el pasillo de la iglesia, me imaginaba a mi papá como triunfante, es doloroso pero también el momento es como retador, no sé, es el momento final. La misa pues no es un boda, no es una primera comunión, no es un bautizo, es la muerte, también es de analizar siempre la cuestión religiosa, donde en cada etapa de nuestra vida hay una misa, una cosa es la fe y otra muy distinta el acto religioso, al final de cuentas el acto religioso es como un trámite burocrático que hay que cumplir, sirve de desahogo; en la fe cristiana se cree que la persona que se muere va a encontrarse con Dios, y Muñoz Lámbarri fue un gran ser humano que tuvo que ir a un lugar mejor, la misa es rara, tenía mucho tiempo de no ir a misa, ese jueves no pensaba comulgar, si no lo había hecho en meses o años, pues no por el hecho de la muerte de mi papá lo iba a volver hacer, solo que por la melancolía del momento, mi primo Miguel me ayudó a hacer una oración de confesión exprés y comulgué, lo hice una vez más en una de las misas del novenario y no lo volví hacer por mucho tiempo.
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Las cenizas.

Las cenizas es el final digamos de una solemne jornada, recuerdo varios momentos donde han cremado a varias personas cercanas, y pues el momento es mucho más relajado, la gente ya se puede reir, comentas la política, el futbol y pues estas a la espera de que el humo deje de salir de la chimenea. Yo no quise entrar con Curro y Alfonso Chávez a la sala de cremación, hay gente que sigue llegando, que no pudo estar contigo a lo largo del día pero que llega para darte un fraternal abrazo, vi llegar a muchos amigos del Fray Luis de León, del CUDEC, de ABBA; recuerdo perfectamente a mi amigo Jesús Borbolla, que llegó en ese momento, él y yo compartimos el mismo dolor, sólo que con 15 días de diferencia, su madre murió el 9 de octubre, yo estaba en Canadá; estando allá yo pensaba mucho en la muerte, un día soñé que yo moría y eso me mantenía inquieto; otro día, el 15 de octubre exactamente, soñé a mi Mamá llorando, yo la tomaba de las manos y me decía “es que no lo puedo soportar” cuando desperté relacioné el sueño con la muerte. Con la muerte de la mamá de Chucho el pensamiento era constante, no podía darle un abrazo, apenas logré hablar con él días después, nada puedes hacer y bueno, yo traía en la mente esa inquietud, y luego con mis sueños se hacía todavía más inquietante, hasta que recibí la llamada de Curro de que tenía que regresar a Querétaro por lo de mi papá, no pretendo hablar de supuestos sobre lo que puede haber tras bambalinas, pero tal parece que lo vas presintiendo.
Nos entregaron las cenizas y la jornada terminó, el luto protocolario terminó pero comienza el luto diario, esa es la etapa obligatoria y más difícil cuando un ser querido se va.

La muerte de mi papá me dejó marcado por una llamada telefónica que hice con él por medio de skype el día de mi cumpleaños, mi papá y yo hablamos como lo hacíamos todas las noches, en esa llamada al despedirnos de la forma común, el se despidió para siempre, ese 24 de octubre las últimas cosas que mi papá me dijo en su vida fueron: Daniel, tu mamá y yo le damos gracias a Dios por habernos dado un hijo como tú, le damos gracias por un año más de vida, te queremos mucho, acuérdate Daniel que todo lo que quieras hacer en la vida lo puedes hacer, creo que tienes los huevos para hacerlo. Y nunca más volvía a escuchar su voz.